Ronda de colores / Entrevista de Ivana Ilardo a Silvia Ontivero

La compañera Silvia Ontivero

Al entrar a la “sala de los juicios”, TOF N°1 de Mendoza, en los que se juzgan delitos cometidos por el Estado contra los derechos humanos, delitos de Lesa Humanidad, en la última dictadura militar, éste es el cuarto juicio, hay una imagen que se presenta poderosa, como una visión.
Rojos, negros, blancos, castaños, cenizas. Son los colores que tiñen los hilos de la alegría. Alegría de reencontrarse, abrazarse, reír. Entonces, ellas se vuelven poderosas.
Enfrentar esta etapa de la historia juntas, en comunidad, de la misma manera que lo hicieron en aquellos años violentos, las salva. Y este desenlace es el que corona la visión primera, la que ilumina a la “sala de los juicios”.
Se trata de mujeres que fueron víctimas de la última dictadura genocida. Algunas estuvieron detenidas; otras, tienen familiares desaparecidxs. Todas están presentes, denunciando, acompañando, creando memoria, verdad y justicia.

Resistencia

En este Megajuicio por primera se juzgan las violaciones como delitos con entidad propia, independientes de las torturas. Se juzga a algunos miembros del D2 por “Violación agravada por el uso de la fuerza”, evidenciando de esta manera los permanentes ataques sexuales denunciados por cuatro mujeres detenidas en ese CCD.
Cuando una es oyente de los testimonios de las mujeres que se sientan frente al estrado de los jueces, y en el medio de las partes, querellantes, fiscal del Ministerio Público, por un lado; y defensores de los imputados por delitos de secuestro, tortura, violación, encubrimiento en el caso de los jueces, por el otro; es difícil entender cómo se sobrevive a un tiempo en el que los cuerpos de muchas mujeres fueron “campos de batalla”, como los llama Silvia Ontivero, una expresa política. Ella es una de las muchas compañeras que al evidenciar estos delitos, y conseguir que sean juzgados, logró una victoria colectiva que permanece en continuo movimiento.
Al leer aquella frase, además del sentido que Silvia le otorga, el de lucha, también es cierto que significa un territorio para la batalla llevada adelante por hombres represores que violentaron sus sexos como formas de colonización, pensando que así, con ese pseudopoder iban a quebrarlas. Cobarde cortesía del patriarcado hacia sus machos obedientes.
Pero ellas no lo son. No se rinden. Resisten. Resistir, las hermana. Ese es el secreto…! De nuevo, la visión.

Una de las mujeres que denuncia estos hechos estuvo presa en la cárcel de Devoto entre 1976 y 1983 después de haber sido detenida y torturada junto a otras cientos de compañeras de militancia que fueron transferidas desde diferentes centros clandestinos de detención del país.
Entre sus recuerdos reconoce que “cuando nos violaban vivíamos aterrorizadas de quedar embarazadas”. Como a los seis o siete meses, una vez que estuvieron en Devoto “me llegó el periodo al igual que a muchas otras compañeras. Existe un nombre para eso, es la ‘amenorrea de guerra’; aquello que por debilidad, el organismo, de aquí que se acomoda a una situación, sin comida, sin cama, con terror, se le corta la menstruación”. Otra causa también podía tener que ver con las torturas, “de tanto ponerte en la parrilla con electricidad, hace que se corte el periodo”.
“Nosotras hablamos poco de eso en la cárcel… creo que fue un mecanismo de autodefensa, buscar la alegría donde la hubiera, contarnos historias, estudiar”.

Aquel centinela gris de cuatro pisos y una planta baja fue testigo de la “política de la resistencia”, la que decidieron ejercer las mujeres presas políticas frente a las prácticas de aislamiento, encierro y desinformación a las que se vieron sometidas.
¿En qué consistía esa política? Se vivía en comunidad, en “economato socialista”. Llegara lo que llegara de parte de los familiares para cada una de las detenidas: galletas, yerba, dinero, se repartía entre todas. Si había que partir en cien pedazos una porción de alimento, se partía y se repartía.” A cada una según sus necesidades” era la consigna. Se tenía en cuenta a las mujeres mayores y a las más jovencitas porque estaban en crecimiento. Esta forma de socialización las mantenía unidas… y resistían.
Se protegían ocupándose. Leían, creaban cuentos, obras de teatros para niños, hacían “manualidades con migas de pan”, dibujos con la tinta que destilaban algunos alimentos como las verduras verdes, actos por cuanto motivo aparecía, nacimiento del Che y otros tantos. Debatían textos que encontraron casi milagrosamente en los tubos ahuecados que formaban las estructuras metálicas de las camas. Ahí, como enterrados en la superficie del cemento, permanecieron durante años escritos que escondieron personas que estuvieron encerradas antes que ellas, por otras dictaduras. Marx, Hegel, Gramsci, la revolución tupamara; eran los profetas que traían buenas nuevas, los que colaboraron a resistir, a permanecer. Y por eso, y mucho más, hoy, después de más de 30 años, podemos ser testigxs de su memoria.
La política de los campos en Argentina era la de los nazis “ocio recuperador”, es decir, hacer nada, cosa que “te volvieras loca”. No se podía leer, hacer gimnasia, nada. Pero “nosotras hicimos todo”. “Me fui de la cárcel un par de días antes de la democracia y ya estaba pensando en la próxima reunión que tenía: siempre estaba ocupada”.

La “comunidad de las brujas”

IMG_0330Hubo una “bicha” –celadora de la cárcel- a la que le decían Lola, porque cada cosa que las detenidas le pedían, como ir a las duchas, salir un rato, (estaban encerradas veintitrés horas por una de recreo) ir al baño, etc., la respuesta era siempre la misma “lo lamento”. Así quedó “la Lola”. Era la más brava. Y era testigo de la relación en comunidad. Ese conocimiento contradecía las costumbres que mantenían entre las celadoras, más relacionadas con el individualismo: “se robaban los maridos, el almuerzo de un turno se lo apropiaba el siguiente, se peleaban con los jefes por los entredichos que se generaban”, entre otras cuestiones.
A las “bichas” les habían llegado noticias de las militantes que tenían que ver más con los mitos que con la realidad que ahora les tocaba presenciar: “nos robábamos niños, éramos malas”. “Esta contradicción, difícil de asimilar para la Lola, en un afán de sostener una postura que estuviera acorde con lo que le habían contado” de las mujeres presas por militar, provocó un desenlace quizá extremo. Lola se suicidó. Una de sus colegas más “piolas” cuenta después que esta decisión tuvo que ver con una realidad que la contradecía. Otra manera quizá de ser testigo.
“Para mí fue una de las situaciones humanas más lindas en el sentido que en un entorno de crisis es cuando se conoce a la persona y sabés hasta dónde podés llegar y hasta dónde no podés llegar. Colaborar y no quebrarte. Nosotras, cuando nos encontramos es un amor inconmensurable”.